Efectos de la virtualidad de emergencia: El riesgo que viene en Educación Superior

Como casi siempre, empiezo con el aviso de rigor sobre mi posición personal en medio de lo que voy a escribir. Soy profesor por horas en una universidad privada en Bogotá (la mayoría de los que lean esto ya saben, los que no igual no es muy difícil de averiguar), tengo pregrado y maestría, inicié un doctorado en el exterior y no lo terminé por razones que no vienen al caso en este momento. En mi proceso de doctorado dediqué una parte respetable de mis horas de estudio a cursos sobre Educación Superior, pensando en mi interés por continuar vinculado al sistema como profesor.

Paso al tema de este escrito, que espero no sea tan largo como otros que he publicado antes. La premisa va a ser clara: el aislamiento social y la educación virtual asociada a ese aislamiento le están dando un impulso inesperado a la virtualización del sistema de Educación Superior, y eso no necesariamente es bueno para los estudiantes ni para algunas categorías de profesores.

Empecemos por lo mínimo: la educación virtual es impulsada por las instituciones de educación superior por muchas razones. Entre esas razones, por mencionar algunas, podemos decir que la educación virtual…

  1. permite llegar a poblaciones que estaban fuera del alcance de las instituciones. Eso quiere decir que, con la virtualización, estudiantes de otras regiones del país y de otros países pueden cursar sus estudios sin desplazarse de su lugar de residencia, o con desplazamientos de poca duración. Por ejemplo, posibles estudiantes con responsabilidades familiares, que no pueden reubicarse de forma semipermanente en otras ciudades, pueden tomar la mayor parte de los cursos en forma virtual y solo desplazarse para cortos seminarios, procesos especiales de evaluación, cursos acelerados de temas específicos como laboratorios, o ceremonias como la graduación.

  2. elimina la limitación de la planta física. Los que trabajamos en instituciones de Educación Superior sabemos que uno de los problemas de todos los días es conseguir un salón disponible, un auditorio para una charla, una sala de cómputo o un espacio con poco ruido si se quiere realizar una actividad especial. Bueno, la virtualidad elimina casi todas esas restricciones, la sala de cómputo está en la casa de cada estudiante, mientras el estudiante tenga disponibilidad de tiempo las salas virtuales se pueden reproducir y siempre habrá una disponible, etcétera.

  3. elimina la limitación de la planta física (II). Una de las razones por las que las instituciones limitan el tamaño de sus cursos es que no tienen instalaciones que permitan realizar sesiones con más estudiantes. Pero, si los salones ya no son una restricción, las limitaciones al tamaño de los cursos se hacen mucho menos estrictas; un estudiante más, o dos, o un centenar, no hacen diferencia en términos del espacio disponible, al menos no hasta llegar a limitaciones de ancho de banda o de capacidad de almacenamiento, que se pueden resolver con mucho menor costo que ampliar disponibilidad de salones.

  4. genera mucha información utilizable para investigación. Una de las cosas que las instituciones quieren poder hacer, porque es muy útil para los escalafones, es investigar y publicar investigación. En ese sentido, que todo el proceso de un estudiante esté mediado por clics, que cada interacción quede registrada con duración y método, que el núcleo del proceso esté en medios que son fácilmente observables, hace que muchos investigadores se regodeen con la oportunidad que se abre. Y es tan simple como incluir, en los documentos que acepta el estudiante al inscribirse por primera vez, que todo su rastro digital es sujeto de investigación (de hecho ya la mayor parte de las instituciones lo tienen, en forma preventiva y considerando que muchas utilizan plataformas en línea para compartir materiales).

Bueno, como dije, solo pongo algunas de las razones. Y en especial me guardo para el final la razón que está al centro de mi preocupación: la educación virtual favorece que los recursos aportados por los estudiantes se desvíen de los procesos de enseñanza a la investigación.

La cosa es sencilla: la virtualización de la educación implica, por lo general, una mayor carga de responsabilidad al aprendizaje autónomo del estudiante y, con esto, menos tiempo dedicado a docencia directa, lo que, en términos de costo, significa menos dinero invertido en profesores por horas o menos horas de profesores de planta dedicadas a la docencia.

Muchas instituciones han venido trabajando en virtualización, desde tiempo atrás. Y para muchas de ellas, una buena parte de la virtualización es la producción de materiales como videos y talleres, que permitan que los cursos se muevan cada vez más a la asistencia de plataformas como Blackboard, Moodle o incluso Google Classroom. Otras, un poco más concentradas en la virtualidad total, han generado cursos en el formato MOOC (Massive Online Open Course) que están 100% en línea, algunos con acompañamiento de profesores o asistentes, otros totalmente libres de intervención de personal de la institución. Eso, en gran parte, por las motivaciones que mencioné antes, pero también con la visión preponderante de liberar recursos de docencia en el mediano plazo.

El riesgo más grande que veo en este momento en la Educación Superior, suponiendo que los problemas de salud y demás se superan, es que las instituciones aprovechen lo que los profesores hemos generado en medio de esta virtualización forzada para avanzar planes de cursos híbridos y otros totalmente en línea. Eso genera, después de la primera oleada de mucho trabajo preparando material, una reducción fuerte en la necesidad de horas docentes, que puede reducir la carga docente de los profesores de planta y dejar sin trabajo a los que trabajamos por horas. La liberación de recursos de la que hablaba.

Pero, en especial, es un riesgo enorme para la calidad de la educación de los estudiantes. Hago una pequeña pausa aquí para decir que, aunque tal vez no les sorprenda y no lo hayan notado, esta es la primera vez que menciono la calidad de la educación como un asunto a tener en cuenta. Y no es accidente, la calidad de la educación generalmente está bastante abajo en la lista de prioridades de las instituciones de Educación Superior, en especial porque no se puede medir y por lo tanto no hace parte de los criterios de los escalafones.

Empecemos por lo básico, que desarrollaré en algunos incisos más adelante: La educación virtual requiere una interpretación diferente de la enseñanza y el aprendizaje. Cada una de las cosas que damos por obvias y naturales en las clases presenciales se hace cuestionable, si es que no inmediatamente contraproducente, en la virtualidad. Y eso hace que lo que pasa en este momento, esta virtualización forzada, llevada como una continuación virtual de la presencialidad con la que empezaron los periodos académicos, deba ser recibida con beneficio de inventario y analizada con mucho detalle antes de ser insumo, que no base, de futuros procesos de virtualización.

Tomemos en cuenta, para empezar, estos asuntos:

  1. Los profesores no estamos preparados, en general, para un proceso de enseñanza y aprendizaje en el que no somos protagonistas. La mayoría de los profesores damos gran valor al proceso de depositar conocimiento sobre el estudiante, impartir si se le quiere dar un nombre, en forma de lecturas, clases magistrales, exámenes que luego explicamos, y muchas otras estrategias. Pero muchas de ellas, como por ejemplo las mencionadas explícitamente, tienen al profesor como la estrella del espectáculo: el profesor presenta, el profesor asigna material de lectura, el profesor hace el examen y luego lo explica… y el estudiante espera paciente a que el conocimiento se deposite en él. Todas estas estrategias se pueden adaptar a formas más activas de aprendizaje, pero requieren el tiempo para entrenar a los profesores y para rediseñar las actividades.

  2. Los estudiantes en la educación virtual están sometidos a dificultades de atención diferentes a las de la educación presencial. Una de las cosas más comunes que se les escucha a los profesores en educación presencial es que los estudiantes no prestan atención, se distraen, cambian de tarea sin importar que estén en una clase de un tema específico, etcétera. Pero en presencialidad hay estrategias para retener la atención, como observar a algunos estudiantes durante las presentaciones magistrales cada cierto tiempo, o realizar pausas para trabajo individual o grupal medidas -y mediadas- por el profesor, entre otras. El material en línea presenta problemas de atención similares, pero más difíciles de controlar (aunque también más estudiados). Se sabe, por ejemplo, que un video continuo de más de 6 minutos no tiene mayor éxito en retener a su audiencia, salvo cuando esa audiencia está especialmente motivada; en términos claros, los profesores que están publicando lecciones de 15 minutos no llegarán a su audiencia en forma eficiente, mucho menos los que publican lecciones de 50 minutos o hasta 2 horas. Y lo mismo pasa con talleres, lecturas, evaluaciones y demás actividades; los tiempos de atención son diferentes, la forma de concentración es diferente.

  3. La estructura del conocimiento en educación virtual debe ser mucho más explícita. En la presencialidad los profesores muchas veces enfrentamos a los estudiantes con conceptos difíciles, los dejamos explorarlos y luego les ofrecemos un camino de comprensión de ese concepto. El estudiante en cierto modo es rehén durante el tiempo de clase y los profesores podemos decidir en qué momento de la clase lanzamos el andamiaje necesario para que el estudiante realmente alcance el concepto. Pero en educación en línea, exponer al estudiante a un concepto para el que no está preparado y dejarlo explorar puede no ser tan buena idea, porque no es posible saber si seguirá para recibir el andamiaje o se retirará frustrado y con una experiencia negativa del curso, que luego no se remediará del todo cuando, mucho más tiempo del deseable después, llegue a ese punto; los profesores debemos hacer el andamiaje explícito desde el principio o decir abiertamente que el concepto está temporalmente fuera del alcance pero que es importante explorarlo, para en el primer caso hacer la construcción ordenada y en el segundo prevenir la frustración profunda y dar la esperanza de la aparición del andamiaje en el momento oportuno.

  4. No tenemos la visión ética suficientemente incorporada en cursos e instituciones como para evaluar virtualmente. Una de las grandes preocupaciones de profesores e instituciones en esta virtualización forzada es el proceso de evaluación. Y esa preocupación tiene dos raíces, tan profundas como nocivas: i) Nuestro sistema educativo valora más las calificaciones que el aprendizaje -por aquello de que el aprendizaje no se puede medir- entonces los estudiantes reciben constantemente señales de que “pasar” es más importante que “aprender”, mejor todavía pasar con buen promedio y tener entrada fácil a un posgrado por eso; y ii) Nuestro sistema de Educación Superior en realidad no educa, instruye, y se lava las manos cuando se habla de formación ética y en valores, porque no es cosa de que “estamos en Colombia y el país es así”, como mucho dicen, es que estar en Educación debería ser un acto de rebeldía en el que no aceptamos que “el país es así” y creemos en cambiarlo haciendo a nuestros estudiantes mejores personas, no solo personas más informadas. Y bueno, con esas dos cosas en mente, evaluar en línea crea temores por cantidades, porque los estudiantes podrían incurrir en fraude. Y necesitamos, para hacer las cosas en línea, cambiar estrategias de evaluación, hacer cosas más personales, pero ante todo incorporar a todos los cursos, en todas las áreas, el compromiso ético requerido para que podamos confiar en los estudiantes, que en lo presencial lo cambiamos por actos policivos pero que tampoco debería ser así.

  5. La virtualidad puede permitir una comunicación más fluida en algunos estudiantes, pero también puede fallar en generar empatía. Una de las cosas que muchos profesores mencionan de su trabajo, en todos los niveles de educación, es el interés por las peculiaridades de los estudiantes. Muchos hablan de conocerlos bien, de entender sus intereses, de apoyarlos en momentos en los que su vida fuera de clase afecta su desempeño en clase, y muchas cosas así. Bueno, en virtualidad se pierde una de las herramientas más importantes del desarrollo de la empatía: el lenguaje no verbal. Es posible que en algunos casos se pueda llegar a ver a los estudiantes en sesiones personalizadas, pero será ver su cara y poco más en periodos cortos y muy específicos; nada de reacciones anímicas se podrá ver, poco de entonación o peculiaridades del discurso que permita tener una referencia para poder inferir cuándo cambia, ninguna caracterización por cambios en la posición de sentarse o las personas alrededor, cosas que sí suceden en la presencialidad. Entrenarse para leer códigos no verbales en comunicaciones tan estrictamente verbales como correos electrónicos es todo un proceso, necesita asesoría y necesita saber cómo presentarse como apoyo a un estudiante con el que jamás se ha tenido contacto presencial; es difícil, de verdad es difícil, y necesita unas capacidades que por lo general no hemos necesitado hasta ahora porque la virtualización de emergencia se dio después de que la mayor parte de los cursos tuvieron una etapa presencial y ya se generaron bases para esa empatía.

  6. El aprovechamiento de la educación virtual requiere estudiantes altamente motivados. Y bueno, vamos de último con calidad directa de la educación (aunque los anteriores también lo tienen, a mí eso sí me importa). La educación virtual ha mostrado hasta la saciedad que puede tener calidad comparable con la de la educación presencial para los estudiantes que hacen buen aprovechamiento de la segunda por estar bien preparados y altamente motivados, pero… se requieren esas dos condiciones y especialmente la de motivación: estudiantes en modo virtual que no reciben el nivel de supervisión que da la presencialidad y no generan autoregulación por motivación o necesidad, tienden a fracasar en forma mucho más dramática que sus equivalentes. Los MOOC lo han mostrado por años, los estudiantes exitosos son por lo general los que ya tienen un nivel educativo alto, han generado rutinas de control apropiadas para estudiar en cualquier condición y tienen un interés fuerte por la actividad, en contraste con los estudiantes que no reúnen esas características y que no completan los cursos. Algunas plataformas de MOOCs abrieron líneas de pago por certificados que mostraron que los estudiantes que pagan aumentan su compromiso y los porcentajes de estudiantes completando los cursos suben en la modalidad de pago, pero siguen siendo mucho menores que en educación presencial. Mantener a los estudiantes motivados y enganchados en el desarrollo del contenido es posiblemente el reto más difícil para los diseñadores de cursos virtuales, es algo para lo que los profesores deben entrenarse y que en esta época de virtualización de emergencia no se toma en cuenta porque los estudiantes son presenciales transferidos.

Yo espero, con más fe que otra cosa, que una vez se supere la crisis de la pandemia las instituciones no intenten convertir, en forma casi automática, lo que se hizo en esta virtualización de emergencia en cursos virtuales. Hay mucho material en línea, sí, pero una revisión rápida de lo que se encuentra en la red sobre los temas más básicos dice que es muy poco lo que realmente está listo para hacer parte de una verdadera educación virtual de calidad y al menos cercana a lo que reciben los estudiantes en forma presencial.

Necesitamos trabajar mucho en capacitación de profesores, pero no en las herramientas con los colores más impactantes y las transiciones más llamativas, capacitar en entender las diferencias cognitivas de la enseñanza y especialmente del aprendizaje en la modalidad virtual. Tener profesores que, siendo expertos en sus campos del conocimiento, también sean versátiles para compartir esa experticia en forma adecuada al medio por eel que se comparte, eso es esencial para poder llegar a educación virtual de calidad. Hasta que eso no suceda la virtualidad es un peligro, no una oportunidad.

Y, para los que de alguna forma vemos en la noción de Educación Superior una “superioridad” que permita pensar en egresados realmente instruidos en conceptos y profundidad de pensamiento, no solo en procesos repetitivos y datos vacíos, el reto es enorme. Mostrar éxito en transmitir procesos repetitivos es mucho más fácil, y mucho más verificable, que afirmaciones de éxito en la introducción de un concepto. Pero la Educación Superior, en especial la de nivel Profesional, requiere que sigamos trabajando en ello hasta lograrlo, más con el nivel adicional de lograrlo desde la virtualidad.

Creo que ya me extendí bastante, tengo más cosas por decir pero creo que la idea ya es relativamente clara, con los motivos que me llevan a sentir que estamos frente a un riesgo y también con algunas ideas subyacentes de qué hacer para superarlo. Me despido entonces, dejando como siempre canales de comunicación abiertos: mi correo personal osbernal@gmail.com y mi cuenta de Twitter @osbernal son dos formas rápidas de encontrarme.

 
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