Recuerdos de mi vida olímpica

Quiero advertir a los posibles lectores que esto es un escrito relativamente melancólico, recuerdos del tiempo en el que fui parte del movimiento de olimpiadas matemáticas hoy que me siento más lejos que nunca y que, además, se cumplen aniversarios memorables de cosas que para mí fueron muy importantes. Intentaré no ser muy matemático, omitir los detalles del contenido de pruebas y eso, lo que quiero es decir lo que pienso y lo que siento como un ejercicio de introspección, que en este momento no está para revivir problemas matemáticos.

Es MUY largo y va a sonar a que me quiero llenar de gloria, pero la verdad al fondo es mucho más que solo eso. Este escrito sale de mi tristeza por ver a la Olimpiada Colombiana de Matemáticas pasando por un mal momento, sale de mi creencia en que las cosas en Colombia y en otros países de América Latina pueden ser mucho mejores, sale de mi impotencia al no poder hacer más que ver todo pasar, sale de mi certeza de que las olimpiadas son un buen camino para desarrollar talentos científicos en cada país. Y, ante todo, sale de mi respeto y aprecio por todas las personas que, sin estar mencionadas aquí por nombre, guiaron y acompañaron mi camino a lograr lo que pude lograr, personas a las que espero rendir homenaje con este escrito así como espero haberlo hecho con mi tiempo como entrenador y organizador.

Para los que no tengan mucho el contexto y hayan llegado aquí por casualidad, durante una buena parte de mi vida formé parte del movimiento de olimpiadas matemáticas, inicialmente como participante para después pasar progresivamente a tareas de entrenador y organizador. Empecé formalmente en 1994 (tomaba los exámenes básicos desde 1992, pero no avanzaba mucho) y mi última participación en algo relativo a las Olimpiadas Colombianas de Matemáticas sucedió en 2008, siendo mi último contacto con un evento relacionado con Olimpiadas un entrenamiento de la Fundación Olimpiada Panameña de Matemáticas en 2015.

Dicen siempre en Olimpiadas que todo es trabajo duro y talento, yo personalmente creo que tengo algo de talento y que trabajé muy duro, pero no puedo negar que la suerte estuvo presente en mucho de lo que hice, que esa suerte hizo que muchas cosas fueran diferentes a lo que inicialmente podrían haber sido y que hoy tengo que agradecer a esa suerte que acompañó mis jornadas de trabajo y mi no muy abundante pero sí relativamente oportuno talento.

Mi recorrido por las competencias matemáticas empezó de forma casi humorística en el colegio, donde un profesor de la primaria era muy adepto a iniciar las clases con una larga sucesión de operaciones con pequeños números, que los estudiantes teníamos que ejecutar mentalmente y luego por turnos ofrecer lo que creíamos era la respuesta correcta, hasta que alguien acertaba. Resultó que yo era muy bueno, posiblemente consecuencia de que mi hermana, siete años mayor que yo, dedicó buena parte de su adolescencia a hacer tareas de matemáticas conmigo cerca y por eso desarrollé una gran naturalidad frente a las matemáticas.

Años después, entrando en la secundaria (bachillerato como se le conoce también en Colombia), aparecieron en mi vida las competencias de Olimpiadas. Sabiendo que tenía una cierta facilidad para hacer cuentas y ese tipo de cosas, presentaba siempre los exámenes clasificatorios de las Olimpiadas con mucha emoción y con relativo éxito, generalmente tenía el primer puesto en mi nivel en el colegio, pero al llegar a la siguiente ronda compitiendo con pruebas más difíciles y estudiantes de otros colegios me sentía inútil y básicamente intentaba adivinar todas las respuestas para salir corriendo de ahí. Eso empezó en sexto, el primer año de la secundaria en Colombia, era 1992.

En grado octavo, 1994, decidí tomarme las cosas un poco más en serio en todos los exámenes y aunque los resultados no fueron los mejores, fue suficiente para que me invitaran a participar en un pequeño entrenamiento de dos días que pretendía preparar a los participantes del Torneo Internacional de Municipios, un evento organizado por correspondencia desde Rusia. Llegué a mi primera clase en uniforme de colegio, acompañado por mi mamá, listo para intentar aprender algo pero finalmente diciendo tonterías en las clases. El objeto de burla de mis compañeros más experimentados, pero nada demasiado grave para mí, lo de las burlas ya sucedía en el colegio así que no era muy diferente ni muy abrumador.

En grado noveno, 1995, tuve una participación mucho más destacada y, aunque en la ronda final de la Olimpiada Colombiana–el evento final nacional–de mi nivel apenas alcancé a quedar entre los invitados al gran entrenamiento, tengo que decir que afortunadamente alcancé. Fue mi oportunidad de conocer a los “viejos”, los participantes que ya tenían años de entrenamiento y que dominaban las clases con suficiencia, hacían fácilmente todo lo que yo difícilmente entendía, obtenían puntajes grotescamente superiores a los míos en las pruebas, siendo sin embargo personas “normales” (nadie en Olimpiadas es realmente normal) con la que se podía hablar o sentarse a almorzar, aunque no dejaban de recordarme aquellos días del entrenamiento de 1994 que ya mencioné.

A partir de ese momento fui invitado a todo entrenamiento que se ofreció, suerte evidente vivir en la misma ciudad en la que todo se organizaba y poder llegar caminando desde mi casa al edificio de la organización en poco más de 20 minutos. Mis resultados fueron mejorando; mis lazos con los otros participantes, apenas dos o tres años mayores que yo, mejoraron también; mi facilidad para socializar con esos compañeros y con los profesores, la mayoría apenas seis o siente años mayores que yo, también cambió para mejorar. En el colegio siempre fui una persona antisocial y diferente, en Olimpiadas sin ser el más sociable al menos era uno más para muchas cosas, estaba en un ambiente en el que todos estábamos en competencia pero también éramos una comunidad.

En 1996 vino nuevamente la suerte a mí. Los pocos entrenamientos a los que había asistido dieron fruto cuando presenté una prueba coordinada desde Argentina, la Olimpiada Juvenil Iberoamericana de Matemáticas, más conocida simplemente como la Olimpiada de Mayo. Suerte porque el límite de ese evento era la edad, y por ser dos años menor que la mayor parte de la gente en mi mismo grado yo podía presentar la prueba sabiendo más cosas desde el colegio y afortunadamente muchas más desde los entrenamientos, yo entrenaba “con los grandes”, sabía cosas “de grandes”, con edad para estar entre los pequeños.

Esa prueba de 1996, la Olimpiada de Mayo, ese año era clasificatoria para un evento presencial en Argentina, el Campamento de Oros de Mayo. El requisito, ser ganador de Medalla de Oro, que era básicamente tener el mejor puntaje del país y que ese puntaje fuera suficiente para alcanzar un mínimo internacional. Y sí, pude, y me invitaron una semana con todo pago a un hotel en la mitad de la nada cerca a Mar del Plata, Chapadmalal era el nombre del lugar. En el campamento conocí a mucha gente de otros países, muchos que eran ampliamente mejores que yo, otros no tanto, otros más cercanos a mi no muy elevado nivel de esos días. Pero lo disfruté, aprendí, pero sobre todo me motivé más que nunca a hacer más y más por mejorar mis resultados en todo, por ser parte de más viajes, de más eventos. Eso fue hace algo así como 20 años, en las primeras semanas de agosto de 1996. Mi primer evento internacional.

También en 1996, en diciembre, participé con el equipo de Colombia en otro evento en Argentina, la Olimpiada Matemática Rioplatense, que ese año fue en Iguazú. Una delegación mucho más grande, una prueba con un formato mucho más parecido a los otros eventos internacionales, un resultado decente sin que sea demasiado destacable. Lo mejor de ese evento es que aprendí muchísimo, viajé con “los grandes” y pude ver una cara social de adolescentes mayores que no había visto antes. No me encantó esa cara social, pero al menos algo de eso vi, desde ese momento entendí algo que guió mi participación en Olimpiadas y después mi actividad como profesor ahí: es fantástico tener la oportunidad de viajar y conocer, pero para mí lo más importante siempre iba a ser poder cargar con orgullo la responsabilidad de ser parte del equipo colombiano. Muchos de mis alumnos en Olimpiadas escucharon eso hasta aburrirse; bueno, va una más.

En 1997 abrí mi año olímpico a nivel internacional con mi primera Olimpiada Internacional de Matemáticas (IMO), un evento que se realiza en los más diversos y asombrosos parajes del planeta y que ese año fue en… Mar del Plata, Argentina, finalizando julio. Hermoso desde cierto punto de vista, porque aunque ya había estado en ese país, en esa ciudad, lo importante para mí es que estaba representando a mi país en el evento más importante de todos los que podía tener a mi alcance en ese momento, el mundial de matemáticas si quieren una comparación futbolística. Bronce, no estuvo mal, un punto más habrí sido plata, pero cometí un error miserable en un problema y bueno, los errores se pagan.

Siguió, sin tan siquiera volver a Colombia, la segunda edición del Campamento Oros de Mayo (y hasta dónde sé última, hay que ver mi suerte de estar en las dos). Había estado a punto de tener medalla de plata en la IMO, pero por edad todavía era un competidor de los eventos de menores. Y sí, una experiencia espectacular durante la primera semana de agosto en San José de Tucumán, Argentina, donde seguramente hoy en día algunas personas todavía tropiezan con los muchísimos hoyos que hice en un campo abierto en elq ue supuestamente habían enterrado un tesoro al que se llegaba utilizando pistas matemáticas. Nunca lo encontré, pero nadie puede decir que no lo busqué.

Ese mismo 1997, hacia finales de septiembre, estuve en México, más exactamente en Guadalajara, en la Olimpiada Iberoamericana de Matemáticas (OIM), la etapa local de preparación para ir a la IMO, aunque por fechas suelen suceder cosas como lo que yo viví, ir primero a la IMO y luego a la OIM. Nuevamente un poco de suerte me puso en un mejor lugar, ya que uno de los problemas pedía encontrar un valor cota para algo, mostrar que algo era menor que 9, pero yo no pude hacer nada más que decir que era menor que 1997, casi 222 veces el valor pedido. Sin embargo en alguna parte de los criterios de calificación decía que dar alguna cota, cualquiera, daba 1 de los 7 puntos posibles. Al final tuve medalla de oro, sin ese punto habría sido medalla de plata. Suerte que el criterio no decía nada de dar una cota decente o próxima.

Mi último viaje en 1997 fue en diciembre, otra vez Olimpiada Matemática Rioplatense, otra vez Argentina, aunque esta vez fue Mendoza. La fuente de mi gran cariño a las bebidas de soya, era casi lo único que había disponible en nuestro hotel en la mitad de la nada. Una experiencia mucho más social que la IMO o la OIM, pero sin descuidar el valor matemático y competitivo. Un resultado decente, nada espectacular, pero ante todo la certeza de tener una misión, ser mejor. Oro en la OIM estuvo bien, pero no era suficiente. Como cosa divertida, por estar en el aeropuerto a punto de viajar hacia Argentina me perdí mi graduación del colegio, mi papá recibió el título en mi nombre. Mi etapa de colegio se había terminado, pero decidí esperar un año antes de entrar a la universidad, quería una oportunidad más en la IMO (además de estar demasiado joven para entrar a la universidad).

Llegó 1998, una carrera invicta hacia el primer lugar en la Olimpiada Colombiana de Matemáticas (ganando todas las rondas), me sentía listo, era el momento del desafío, la IMO estaba cerca, además el tipo de lugar exótico que no se visita fácilmente: Taipei, capital de Taiwan. Julio de 1998 fue el mes en el que tuvo lugar la competencia, donde dos golpes de suerte confabularon a mi favor: primero, por ser el evento en Taiwan no hubo participación del equipo de China, lo que daba algunas posibilidades adicionales de llegar al grupo élite de los que obtenían oro; segundo, en el problema más difícil de la prueba, sin tener mucha idea de qué hacer, me llegó la inspiración de que el problema se parecía a un problema de una IMO de años atrás, por lo que di mi respuesta sin justificación: según lo que yo creía la respuesta tenía que ser 120, una corazonada, pero resultó en efecto ser 120 y por eso daban 1 punto de 7 posibles. Al final tuve 31 puntos y con eso medalla de oro, con 30 se obtenía plata. Ah, y durante la prueba tuve la confirmación de que era 120 porque los del equipo de Bulgaria estaban haciendo trampa y se hacían gestos con las manos, un 120 claro.

20 de julio de 1998 fue la premiación de la IMO de ese año, así que mi medalla de oro está a punto de hacerse adulta. Tal vez sea por eso, por celebrarle el cumpleaños, que hoy escribo esto. Esperaba que ya tuviera una compatriota, que en este país tuviéramos al menos dos, pero no ha sucedido hasta ahora. Trabajé por eso, como diré más adelante, y aunque me equivoqué mucho creo haber logrado algo positivo, pero no logré que alguien más llegara a tener el honor que yo tuve, cosa que hasta ahora no ha pasado.

Mi carrera en competencias de nivel colegio terminó en diciembre de 1998 en la Olimpiada Matemática Rioplatense, de nuevo Argentina, esta vez Tigre, cerca a Buenos Aires. El resultado de ese evento todavía me conflictúa un poco, uno de mis mejores amigos tuvo que elegir entre darme medalla de oro o darme medalla de plata y que dos de mis compañeros también obtuvieran algo… eligió lo segundo, lo entiendo, incluso lo comparto, pero no deja de ser difícil aceptar que nunca tuve oro en ese evento.

En ese tiempo también tomé varias competencias por correspondencia, de eso lo más destacable fue haber tenido medalla de oro y puntaje perfecto en la Olimpiada Asiatico-Pacífica de Matemáticas. Este lo destaco porque la premiación fue tan informal como emotiva, entregaron reconocimientos a los que obtuvimos puntaje perfecto minutos antes de la premiación de la IMO de Taiwan, fuimos muy pocos, todos listos para recibir grandes premios en la IMO. Estaba ahí, estaba adelante, estaba al mismo nivel que muchos de los que tradicionalmente veía como inalcanzables por provenir de países que siempre nos ganaban. Y a muchos les gané, pero mi nombre no importaba… un colombiano con la bandera en hombros les ganó.

Mi tiempo como competidor en olimpiadas universitarias tiene poco y nada que mencionar, los resultados no fueron malos sin ser fantásticos tampoco, conocí a personas brillantes que no tuvieron la suerte o la oportunidad de pasar por el proceso de olimpiadas estando en el colegio pero que muy seguramente habrían tenido resultados incluso mejores que los míos. Personas llenas de talento y ganas de triunfar. En este año se celebran 13 años de mi última competencia olímpica, Olimpiada Iberoamericana Universitaria de Matemáticas, oro en representación de Colombia. Omitiré también mi experiencia como organizador de olimpiadas universitarias, tanto la colombiana como los equipos de mi universidad, no porque no tenga valor, solo porque no quiero extenderme en más cosas, con lo que quiero decir ya es mucho más que suficiente.

Más relevante para mí, sin embargo, fue mi tiempo como entrenador y después como organizador de los eventos de secundaria, mucho de eso en paralelo a ser competidor en las olimpiadas universitarias. Y digo más relevante para mí porque cuando estaba en mi tercer semestre de la carrera de matemáticas decidí que lo que más me interesaba era difundir las matemáticas, ser profesor, preparador, organizador, hacer todo lo que estuviera a mi alcance para que las matemáticas llegaran a más personas, siendo uno de los vehículos para eso la organización de las Olimpiadas Colombianas de Matemáticas.

Inicialmente, en agosto de 1998 después de la competencia en Taiwan, volví con la intención de ayudar a entrenar a los siguientes competidores y así lo hice por unos meses, hasta que por inconvenientes personales con uno de los competidores abandoné por un año, todo 1999. En 2000 volví, sin parar hasta el día que me despedí en 2008. Desde mis inicios en 1998 hasta agosto de 2003 tuve la oportunidad de aprender de grandes maestros su visión de la enseñanza y de la organización de olimpiadas, organización que al salir todos en uno u otro momento a continuar sus estudios y sus carreras profesionales, recayó en mí desde agosto de 2003. Eso tal vez no sea tan fiel a la realidad, porque la gran directora decidió no nombrar un organizador y durante un tiempo fuimos tres trabajando juntos, yo solo intenté tomar parte de la responsabilidad administrativa para darles más libertad creativa y académica, por eso digo que yo organizaba.

En septiembre de 2003, gracias a la intervención de uno de los entrenadores más experimentados de la organización (que generalmente no estaba demasiado cerca pero que siempre fue un apoyo) fui elegido para ser tutor de la delegación colombiana a la OIM que, curiosamente, volvió a ser en Mar del Plata, Argentina. De nuevo ese curioso sentimiento de un viaje más a un lugar conocido en cambio de la oportunidad de conocer nuevos paisajes, pero con la sensación nítida de estar en algo más importante que el destino del avión, de estar de nuevo portando el nombre de Colombia, de estar esta vez sirviendo como apoyo a participantes que, como yo tiempo atrás, se enfrentaban a la oportunidad de llevar a lo más alto el nombre del país pero ante todo de hacer su propia historia.

Le siguieron a eso participaciones como jefe de la delegación colombiana en la OIM de 2004, Castellón, España; jefe de la delegación en la Olimpiada Matemática de Centroamérica y el Caribe (OMCC) de 2005 en San Salvador, El Salvador; y jefe de delegación en la OIM de 2006 en Guayaguil, Ecuador. La OIM de 2006 fue la última vez que estuve en un evento internacional de olimpiadas matemáticas como miembro de la delegación colombiana, otro aniversario memorable, 10 años ya están por cumplirse de eso. Mii gran frustración es no haber sido nunca acompañante de una delegación colombiana en una IMO, el gran evento de las matemáticas a nivel secundaria y nunca lo pude ver desde ese ángulo.

En 2005 la OIM la organizó Colombia, estuve fuera de la delegación colombiana pero dentro de la organización, fui el jefe de banco de problemas, un honor que pocos tienen en ese mundo, ser el encargado de preparar y filtrar la lista de la que saldrán los problemas que presentarán los participantes. Como siempre dije, las olimpiadas son memorables por la comida y la prueba, yo estaba al frente de la prueba. Un honor, que también marcó el inicio de mi declive dentro de la organización. Se tomaron decisiones desde la dirección de la Olimpiada Colombiana, se cambió la directora y la nueva directora trajo ideas que en muchos casos chocaban frontalmente con mi forma de entender olimpiadas. Mi relación con la nueva directora se desgastó rápidamente, y en julio de 2008 en una emotiva despedida de fin de entrenamiento salí para no volver. Diría que por la puerta de atrás, pero siento que en el fondo no fue así. 2008, van a ser 8 años de eso.

Continúe haciendo parte de eventos de olimpiadas gracias a algunas buenas relaciones con los organizadores de otros países, especialmente los de Argentina y Panamá, así como algunos amigos en eventos regionales en Colombia. Los organizadores de la Olimpiada Argentina me invitaron por eso a ser coordinador–es decir, calificador–en la IMO de 2012, la IMO volvía a Argentina, volvía a Mar del Plata en julio, y yo volvía con ella. Fue una experiencia difícil, los coordinadores del problema 4 fuimos muy criticados, hasta el punto de que dos países solicitaron audiencia con el ente máximo del evento, la reunión de jefes de delegación en pleno. Se me encargó hacer la presentación de los casos y con mi paupérrimo inglés de ese tiempo, sumado a la convicción de tener razón, fue una presentación exitosa. Solo lamento no tener fotos de eso, porque a pesar de las críticas me siento muy orgulloso de lo que hice y de mis compañeros coordinadores que me permitieron tener esa convicción. Casi cuatro años de eso.

Lo más reciente que he hecho en olimpiadas fue servir como entrenador en un campamento de entrenamiento de la Fundación Olimpiada Panameña de Matemáticas en 2015. He estado en varios entrenamientos con ellos, con un éxito que llego a poner en duda por algunos de los resultados que se han obtenido, pero incluso así como la convicción de haber llevado algo de mi interés por las olimpiadas y por las matemáticas a esos estudiantes. Algo más de un año, se está haciendo distancia entre olimpiadas y yo. Triste en parte, tal vez una pequeña pausa para volver a poner mi esfuerzo en algo que considero muy valioso, tal vez la señal para pasar la página. Como dcen por ahí, solo el tiempo lo dirá.

Después de este largo, largo recuento, solo me queda volver a mi argumento principal, a mi razón para escribir esto y para haber hecho mucho de lo que hice, especialmente como entrenador y organizador. Las olimpiadas son una oportunidad que pocos países se pueden dar el lujo de dejar pasar, tristemente algunos de los países de América Latina lo están haciendo. No tengo una receta para el cambio y la perfección, pero sé que algo se debe hacer, tal vez sea hora de intentar cosas nuevas en esos países en los que los resultados se han estancado en lo bajo, mucho más en aquellos que conocieron la victoria y ahora se conforman con la mediocridad.

Gracias a todos los que han formado parte de mi camino y gracias a todos los que se tomaron el tiempo de leer esto. Como es tradicional, recibo comentarios, críticas y sugerencias en mi cuenta de correo electrónico osbernal@gmail.com y/o en mi cuenta de Twitter @osbernal.

 
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