La encrucijada del alma

Para la mayoría de los colombianos que en este momento están en edad de ejercer su derecho al voto, la frase del título en este escrito resultará bastante familiar. Y sí, para los que no lo recuerden la frase fue utilizada en forma célebre por el ahora senador electo Álvaro Uribe Vélez para describir la situación de duda que lo llevaba a preguntarse continuamente sobre la búsqueda de la reelección indefinida, o al menos para un tercer periodo. Así que, como ya se imaginarán, esta entrada se refiere a las elecciones del próximo 25 de mayo y al menos parcialmente al candidato del Centro Democrático.

Muchos dicen que el derecho a la vida es sagrado. Yo, que no creo en lo sagrado más allá de el respeto con el que intento tratar las tradiciones de quienes en ello creen, prefiero decir que el derecho a la vida es un derecho fundamental. Y con fundamental en este caso me refiero a que es parte de la base misma de la sociedad y que la violación de ese derecho no es en ningún modo una afrenta individual, es una transgresión al marco que nos define como seres humanos civilizados. (Dicho esto me arrepiento ligeramente de jugar con frecuencia con mi sobrino a matarnos mutuamente con todo tipo de armas extraídas principalmente de películas de acción y ficción, aunque por ser ficción lo tomaré como una manifestación paradójica de nuestra muy cercana relación afectiva).

Volviendo al tema, el derecho a la vida es en cierta forma el pegamento que liga nuestra sociedad. La vida, en algunos casos aderezada con adjetivos que la vuelven la vida digna, la vida honorable, la vida tranquila, la vida productiva, la vida laboral y tantos otros. Supongamos por un momento que un individuo decide, por razones que aún no discutiremos, que es pertinente terminar con la vida de otro individuo. La reacción natural, dada esta introducción, es probablemente tratar al primer individuo como un criminal y al segundo como su víctima, juzgar y condenar al primero y honrar la memoria del segundo. Para mantener un poco mi noción matemática que tanto me cuesta dejar, agregaré notación al problema: el primer individuo será denominado P1 y el segundo A1, el primer perpetrador y el primer asesinado.

Ahora supongamos además, para darle más hipótesis a la historia, que P1 decide no aceptar el ser juzgado y por lo tanto opta por escapar del alcance de la justicia. En ese caso será entonces la fuerza pública la encargada de capturar a P1 para llevarlo ante la justicia. Pero, una nueva hipótesis, digamos que P1 no se entrega pacíficamente, por lo que uno de los miembros de la fuerza pública resulta se encuentra en la necesidad de quitar la vida a P1 antes de que asesine a más personas. Aparece entonces un P2, que asesina a un A2, con la condición de que A2 es el mismo P1. Se está enredando la cosa, yo sé, pero ya casi llegamos a algo serio.

Digamos, siguiente hipótesis, que hay un grupo de personas que consideran que la razón de P1 para quitar la vida de A1 era justificada, personas que entonces deciden que las acciones de P2 no tienen sustento y se rebelan contra el poder de la fuerza pública, atacándola con mayor ímpetu cada vez. Aparecen P3 y A3, luego P4 y A4, P5 y A5, y así sucesivamente, vidas y más vidas son cortadas por la reacción en cadena generada por la muerte de A1.

Después de cierto tiempo los P’s y los A’s son tantos que ya no recordamos quiénes fueron P1 y A1, por qué P1 decidió asesinar a A1, por qué P2 tuvo que asesinar a A2=P1, o qué hizo que algunos se rebelaran contra P2 y la fuerza que representaba. Para ese momento no es más que una pelea interminable de egos, venganzas, dolores, frustraciones, tristeza. Pelea que además se tiene que pelear con algo, porque no se hace a punta de piedritas o arañazos. Así que, además de todas las emociones que ya son parte del problema, aparece el dinero en el horizonte con todas las consecuencias adicionales que eso trae. Cualquiera, involucrado directamente en el conflicto o no, es una fuente de recursos. Cualquiera, involucrado directamente en el conflicto o no, es un posible benefactor para alguna de las causas. Y por lo tanto cualquiera, involucrado directamente en el conflicto o no, termina involucrado directamente en el conflicto, y no estar involucrado deja de ser una opción.

Contará la historia entonces que el conflicto empezó por alguna gran causa que justifique la movilización de un país. Dirán los periodistas que los altos mandos de cada bando, si es que hay bandos, son herederos de ideologías y compromisos que van más allá del tiempo. Y entre tanto ya ni los números, infinitos, nos alcanzarán para llevar la cuenta de tantos P’s y A’s que solo están entrando en las estadísticas por miedo, empezando a ser un P más solamente por no ser un A más.

Mientras no estemos dispuestos a detener el conflicto en una forma que no requiera asesinar a una persona más, no encontraremos el final de la lista de los muertos ni de la lista de los asesinos.

Y entonces es donde, para mí y apropiándome de las palabras que tan famosas hizo Álvaro Uribe Vélez, viene la encrucijada del alma. Como muchos, creo que los P’s deben ser llevados ante una ley que los castigue en forma tan ejemplar y contundente que el castigo se equipare, en alguna forma, a la importancia del derecho fundamental que no respetaron. Y como muchos otros, creo que se debe hacer todo lo posible para que termine nuestro conteo de los A’s, el conteo de la sangre y de la muerte.

La teoría de juegos nos dice que los P’s en posición dominante no la van a abandonar fácilmente, por lo que dos o más grupos de P’s que se sientan en posición dominante van a eternizar el conflicto. Por permitir que uno de los grupos de P’s se debilitara hasta el punto de no sentir una posición tan claramente dominante y buscar la forma de obtener sus objetivos saliendo del círculo que cada vez genera más A’s, por eso muchas gracias al ex-Presidente y Senador de la República Álvaro Uribe Vélez. Pero yo, como tantos otros, creo que ha llegado el momento de no generar más A’s. Y, ante todo, creo que ha llegado el tiempo en que no celebremos ni una sola vez más que aparezca un nuevo A, como tantas veces hemos celebrado que un famoso P “cayó en combate”.

La encrucijada del alma, por lo tanto, es a quién apoyar que represente la mejor opción para materializar estas ideas sin descuidar otros aspectos que, a largo plazo, son los que van a garantizar que no aparezcan nuevos conflictos que nos lleven al mismo círculo de P’s y A’s una y otra vez.

No solamente creo, , que el proceso de paz tiene fallas y que muy posiblemente no encuentren justicia absoluta los miles y miles de A’s que ha dejado el conflicto. Esos A’s, las víctimas, no son solamente las víctimas civiles que han sido “daños colaterales” de operaciones de parte y parte; esas víctimas también incluyen a insurgentes y uniformados que un día salieron de sus hogares para pelear en una guerra que no entendían pero que los deslumbraba con un futuro estable como parte de una empresa creciente que jamás dejaría de necesitar mano de obra; esas víctimas también incluyen a personas que desde posiciones de cuello blanco financiaron a unos o a otros y luego cayeron como parte de venganzas y retaliaciones; esas víctimas también incluyen a personas que nos hubieran podido cambiar la vida a todos para hacer de este un mundo mejor y que nunca conoceremos porque están en una fosa común o en cualquier cementerio.

Creo, sin embargo, que no le hacemos ninguna justicia a todas esas víctimas, a esos A’s de nuestro grafo de la muerte, aumentando el número que los cuenta. De hecho, creo que les hacemos justicia mostrando que su muerte de algún modo sirvió para que nos diéramos cuenta de que no necesitamos más muertes, que nuestros campos no serán más fértiles si se siguen abonando con sangre humana, que nuestra economía no será más productiva si los lamentos de miles de nuevas víctimas llenan la mente de quienes deben encargarse de generar nuevas ideas para el progreso.

Es por todo esto que hoy, con el voto de millones de colombianos sucediendo o a punto de suceder, pido a quienes lean esto que ayuden a que salgamos del círculo de perpetradores y asesinados, P’s y A’s, que nos hace sentir que el rojo de nuestra bandera es mucho más que un cuarto de su valor. Y para eso tengo que decir que en mi concepto no son adecuados ni Oscar Iván Zuluaga Escobar, amenazando el proceso de paz por activa y por pasiva; ni Juan Manuel Santos Calderón, a quien le agradezco haber iniciado el proceso de paz pero que en medio de su búsqueda de mantenerse en el poder ha generado condiciones para que aparezcan nuevos P’s y A’s. No son ellos, aunque son los dos candidatos más mencionados en los medios de comunicación, los que pueden movilizar masas para seguir las acusaciones mutuas de guerra sucia, pero que son incapaces de mover una sola voz para que hable de sus propuestas de empleo, educación, desarrollo ambiental, salud, seguridad social y tantos otros temas que son indispensables para un futuro en paz. No lo son tampoco las candidatas Marta Lucía Ramírez Blanco y Clara Eugenia López Obregón, aunque tengo que decir que de entre los cuatro candidatos hasta ahora mencionados me decanto por la última. Doy mi confianza sin embargo al quinto candidato de mi lista, Enrique Peñalosa Londoño. Más allá de que como casi cualquier persona en el mundo tengo mis propias ideas políticas y no todas coinciden con lo propuesto en el programa de Peñalosa (como por ejemplo su propuesta de bloquear totalmente la liquidación de hospitales públicos, sin dar espacio a criterios técnicos que favorezcan la reestructuración de la red pública de prestación del servicio de salud en algunos lugares del país), en términos de las grandes directrices que permitan al país y a sus ciudadanos encontrar el camino hacia una paz real y duradera, creo que es el candidato con las mejores propuestas.

 
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