Plebiscito

Esto va a ser relativamente corto comparado con otros que he escrito antes.

Hacia el cuarto semestre de mi carrera universitaria tuve la oportunidad de empezar a pensar en ser profesor como ocupación. Simultáneamente sucedieron dos cosas: la primera, era mi primer año de regreso en Olimpiadas como entrenador después de haber tomado un año de distancia para no permitir la interferencia de mi opinión acerca de algunos participantes; la segunda, empezaba a ver algunas cosas como requisitos para graduarme algún día del pregrado y entre esas dos semestres de práctica de enseñanza.

Cuando intentaba dar una crítica racional a lo que consideraba las características de mi proceder docente y comparaba con mi experiencia y opinión respecto a la de otros, especialmente mis profesores en la universidad, me di cuenta de lo evidentes que eran las diferencias entre aquellos que declaraban algún tipo de interés en la enseñanza y los que lo hacían porque era algo que tenían que hacer. Y en ese momento decidí que para mí tenía que ser algo que yo realmente quisiera, incluso si era solo por un par de semestres que lo iba a hacer en la universidad y tal vez unos dos o tres años en Olimpiadas.

Esa decisión, hacerlo por voluntad e interés, me llevó a estar más de ocho años en Olimpiadas como entrenador y ahora entrenar con los equipos de otros países cuando me lo ofrecen porque en Colombia ya no me es posible. También me llevó a destacarme en mis prácticas y a ser considerado un profesor al menos aceptable para la universidad, razón por la que me invitaron a seguir haciéndolo, hasta el día de hoy sigo siendo profesor en la misma universidad a pesar de los muchos errores que sé que he cometido en el camino.

Como conclusión de ese proceso, decidí dedicarme a ser profesor y a pensar en educación, incluso desde mis trabajos de grado tanto en el pregrado como en la maestría (no exactamente el tipo de trabajos que enorgullecen a muchos de los profesores de matemáticas de la universidad, eso lo puedo asegurar). Y como parte de mis decisiones asociadas a eso, decidí que no solo quería ser profesor, decidí serlo en Colombia, incluso considerando que hay garantías que se pueden conseguir en otros países que en Colombia no.

Mi decisión de ser profesor, más la decisión conexa de serlo en Colombia, no han sido fáciles de sostener en algunos momentos. Especialmente durante lo que llevo del doctorado, ha sido difícil comunicarle a mi asesora y a otras personas que espero aprender de educación con ellos pero que todo espero ponerlo en práctica en un país con una estructura del sistema educativo que claramente difiere de las estructuras de Estados Unidos y la mayoría de los países de Europa, que son los modelos que más se analizaban en mis clases en NYU. Pero incluso con esas dificultades, nunca me he arrepentido.

Corrijo: nunca me HABÍA arrepentido. Hasta hoy.

Este país no necesita educación, no sabe qué hacer con ella. Por ejemplo, que antes de que se empezara a hablar en detalle del proceso de reinserción de los guerrilleros ya estuviera circulando la mentira del salario de 1.800.000 mensual, que se hicieran todos los anuncios posibles sobre la ausencia de avances en ese tema y luego se aclarara que era enrealidad cerca de la tercera parte de ese número, pero casi un mes después todavía, en los alrededores de los puestos de votación escuchara gente hablando de eso, eso es no saber qué hacer con la información, no saber qué hacer con la educación.

Este país iba a recibir cantidades asombrosas de dinero para invertir en desarrollo agropecuario, cadenas de abastecimiento y distribución, procesos de legalización y titulación de propiedades rurales perdidas por ocupación de las FARC, eso y pues además lo que llaman educación. Pero el resultado del plebiscito pone al país en la misma situación en la que estaba antes, nada regalado y montones de recursos internos siendo sacados del país para comprar armamento. Porque eso se escogió.

La educación es cambio, pero lo que el país ha demostrado es que el cambio no es posible. Es más fácil celebrar que se puede ir “tranquilos” a tres o cuatro pueblos veraneaderos cerca a las capitales que aceptar un cambio que haría posible que los campesinos movieran tranquilos sus cosechas en carreteras secundarias y terciarias. Es más fácil seguir viendo noticias de atentados y corregimientos destruidos que empezar a buscar noticias en desarrollo del país, ese cambio de mentalidad de empezar a ponerle atención a eso es demasiado difícil.

Al final creo que seguiré en Colombia, seguiré trabajando por la educación del puñado de seres que por suerte (buena o mala) caen en mis procesos pedagógicos. Y esperaré que esos seres realmente se eduquen, porque, honestamente, instruirse en matemáticas es lo de menos.

 
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