Siendo 8 de marzo…
Como aviso previo al contenido de esta entrada, no esperen que fuerce el lenguaje incluyente en este escrito, por muy día de la mujer que sea. Así como estoy totalmente de acuerdo en que día de la mujer deberían ser todos y que este es solo una pausa especial para hacer un mayor reconocimiento a su rol en el mundo y en la sociedad, también creo que día del idioma deberían ser todos y que la animosidad pro-lenguaje incluyente es poco más que una profundización innecesaria e improcedente de las diferencias.
Ahora sí…
Soy lo que soy porque una mujer de orígenes humildes decidió que había más cosas en la vida que trabajos extenuantes y mal pagados y que quería ella disfrutar de algo de esas cosas pero ante todo quería que sus hijos pudieran disfrutar de esas cosas.
Sé muchas cosas de las que sé porque una mujer, que en ese momento era una niña, creyó que era bueno tener muchas cosas en la vida pero que un hermano ignorante no era una de esas cosas y decidió compartirme una buena parte de lo que en ese momento sabía y estaba aprendiendo (además de torturarme un poco, siete años de diferencia no son cosa menor).
Me formé en familia como me formé porque conté con la suerte de que mi madre estuviera rodeada de un círculo cercano de personas –muchas de esas personas mujeres y todas de una u otra forma trabajadoras– que colaboraron en la formación de mi hermana y en la mía, aportando su tiempo y su saber buscando que el resultado fuera orgullo de todos.
Aprendí muchas más cosas porque la profesión docente, que en gran parte es ejercida por mujeres, fue llevada a cabo con el mayor cuidado y total dedicación por aquellas personas a las que tuve el honor de llamar profesores y en algunos casos maestros.
Competí con ese conocimiento que había adquirido, aprendí aún más, seguí compitiendo y logré ganar algunas cosas gracias a que una mujer educada y trabajadora decidió cambiar su vida y mudarse desde el norte del continente a una muy diferente Colombia y estando aquí creó las Olimpiadas Colombianas de Matemáticas como una forma de compartir su saber y su pasión por el conocimiento, permitiendo además que generaciones enteras de jóvenes como yo descubriéramos que las matemáticas van un poco más allá de recitar fórmulas y hacer misceláneas de Baldor (que esas también las conocí gracias a una mujer que encontraba con ellas el balance a las preguntas profundas que hacía en sus clases).
Hice mi primer viaje internacional en avión (para ese momento ya había cruzado la frontera hacia Venezuela en carro con mi papá) gracias a la iniciativa de un grupo de personas en Argentina que, liderados por una mujer que puso y pone la cara por su organización en todo el mundo, decidieron que las competencias en matemáticas deberían tener un mayor alcance y que para eso era importante tener la posibilidad de vincular a los estudiantes a más temprana edad y motivarlos mostrándoles hasta dónde podían llegar (en términos físicos incluso, en ese viaje llegué a Argentina y con el transcurso de los años a lugares como Taiwan o Rumania).
Descubrí sentimientos que no había vivido antes gracias a mujeres estudiosas que compartieron conmigo esos años de participar en las Olimpiadas, y a pesar de que mi éxito general con las mujeres no fue (ni es) cosa de la que me pueda vanagloriar, también es pertinente reconocer que he sido afortunado con aquellas que han decidido darme oportunidad de estar en su vida en esa forma a lo largo de los años.
Descubrí mi interés por la educación gracias a una mujer que me dio mi primer contacto con las matemáticas en la Universidad y que defendía con tesón los principios básicos de la formación en la que creía y que se esforzaba por mejorar cada día, incluso cuando esos esfuerzos no fueran explícitos o en los casos en los que yo no estaba de acuerdo con ellos (aunque debo reconocer que mi cómplice en mis primeras exploraciones por los caminos de la educación fue mi profesor de Cálculo de segundo semestre).
Tengo la oportunidad de estar en un doctorado en educación porque una mujer que ya ha recorrido un gran camino en el mundo académico creyó (y aparentemente todavía cree) que puedo ser un académico valioso para la defensa del conocimiento y su crecimiento. Y cuando las cosas se hicieron difíciles porque la disparidad entre mis valores como educador y los de la profesión académica como la perciben las personas que coordinan mi programa doctoral se hizo evidente, fueron principalmente mujeres quienes en diferentes niveles de cercanía me brindaron su apoyo y colaboración para no dejar todo a un lado y abandonar mi sueño de tener una vida dedicada a la enseñanza.
Estos párrafos son solo una pequeña muestra de cómo las mujeres con su trabajo, su esfuerzo, su dedicación, su calidez, e incluso su simple existencia han marcado mi vida y lo seguirán haciendo día tras día. Y por estos párrafos es que hoy puedo decir con tranquilidad que, sin estar obviando su búsqueda de merecida igualdad de oportunidades y reconocimiento de sus aportes a la sociedad así como los logros que en esos campos han alcanzado, les deseo un muy feliz día.