Educación, instrucción, del lenguaje y otros demonios
Una de las cosas más interesantes que me encuentro cada vez que leo noticias es que en general no sabemos de qué estamos hablando. Y eso se debe, en gran parte, a que le damos a las cosas el nombre que no les corresponde. Utilizamos la palabra “educación” para tantas cosas que ya no tenemos idea de qué se trata, así como utilizamos la palabra “enseñanza” para describir un proceso que en realidad consta de dos partes y no sabemos a cuál nos referimos (en otro momento hablaré del tema “enseñanza”).
Voy a empezar por hacer la distinción, desde mi punto de vista, entre educación (la palabra común) e instrucción (la palabra que deberíamos usar para casi todas esas cosas para las que usamos “educación”).
Empecemos por lo básico… cuando un niño responde en forma irrespetuosa se le dice maleducado, cuando otro niño en una fiesta se sienta calmado y se come todo lo que le ofrecen y demás se le dice tan educado o peor aún, tan educadito. Hasta aquí todo tranquilo, creo que no hay conflicto, pero ya viene. Llamamos a los colegios centro de educación básica, media y vocacional, que luego llamamos a la media y la vocacional con el nombre de secundaria como un conjunto para parecernos a los británicos, donde la básica es la primaria y luego de la secundaria viene la terciaria. Y al completar la secundaria/vocacional los estudiantes pasan a la educación superior, la terciaria de acuerdo al modelo británico.
Voy a suponer que ya la mayoría vio el conflicto, pero lo voy a reiterar por pura retórica: no es problema de los colegios o de las universidades si los niños/adolescentes/adultos comen o no comen en las fiestas, no es problema de los colegios o de las universidades si sus estudiantes responden agresivamente en su casa. Seamos claros, eso es problema de la casa. Porque aquí es donde se viene la separación de términos que tanto necesitamos para poder entender lo que realmente pasa. Una cosa es la educación, que desde una perspectiva personal es el proceso por el que se adquiere el conjunto de habilidades y conocimientos sociales y culturales (en casa y en otros entornos sociales y culturales) para interactuar con las demás personas respetando sus derechos y sin herir susceptibilidades. Otra cosa, muy diferente, es la instrucción, ese proceso por medio del cual se transmite el conocimiento requerido para ser funcional en una sociedad tanto al nivel de los requerimientos elementales como al de las exigencias particulares de una profesión u oficio que se ejerza.
Los niños, en sus casas y antes de entrar a un jardín o colegio, empiezan a recibir educación, acompañada de algunas pequeñas e inevitables adiciones de instrucción, principalmente relacionadas con el lenguaje. Después, al escolarizarlos, llegan a hacer parte de la instrucción, inicialmente básica y genérica, incluyendo algunos elementos de educación; para luego especializarse lentamente en l etapa que más adecuadamente se llama media y luego vocacional, en contraste con la mezcla difusa de la secundaria. Finalmente, cuando profesión u oficio se deciden, la superior se dedica a completar la base de conocimiento requerida para desempeñarse exitosamente en esa profesión u oficio. Colegios y universidades instruyen y como actividad complementaria educan, es el entorno familiar el que educa y como actividad complementaria instruye.
Para ejemplificar la diferencia fundamental y la localización de los procesos presento una experiencia de mis tiempos como profesor del Colegio San Carlos en Bogotá, cuando el rector, Padre Francis Wehri, O.S.B., nos contaba a los profesores sobre unos padres de familia que le reclamaban por no exigir a su hijo que se cortara el pelo. El Padre entonces respondió dando especial valor a las decisiones que los padres tomaron para la educación de su hijo, diciéndoles que si ellos no le exigían cortarse el pelo teniéndolo todos los días del año la mayor parte del tiempo en la casa, no tenía ningún sentido que el colegio que lo acogía apenas la mitad de los días del año (40 semanas por 5 días menos festivos, enfermedades y demás, la cuenta ronda los 182 días) y cada uno de esos días por apenas 7 u 8 horas, tuviera la responsabilidad de tomar tales decisiones. El largo del pelo no es una responsabilidad de la instrucción, eso es claro. Tampoco la educación moral o religiosa, que es una gran parte del complemento que se le puede pedir a una institución como el San Carlos, es privativa del colegio o de la Universidad.
En una columna de opinión publicada recientemente Margarita Orozco habla de cómo los más grandes delincuentes de cuello blanco son egresados de los mejores colegios y universidades, muchas veces con resonantes posgrados incluidos. La citada publicación ha sido ampliamente difundida en redes sociales, pero no suficientemente analizada, al menos en mi concepto. Dos cosas por decir.
Colombia es un país tristemente regentado por familias, en cierto modo es una sociedad casi tribal todavía, por lo que no es raro que quienes están en el poder sean aquellos que heredan el poder de sus familias, que por haber sido poderosas desde tiempo atrás, les han permitido acceder a los mejores colegios y universidades. Así que es de esperarse que quienes ocupan los puestos más altos del gobierno y el sector privado sean, en una buena cantidad, egresados de dichos colegios y universidades.
Ahora, para llegar a ser ladrón de cuello blanco es necesario ocupar una posición donde haya suficiente acceso a los fondos que se pretende desviar o a las posiciones donde es viable solicitar grandes sumas como contrapartida por favores no legales.
Considerando esas dos causalidades, lo que hace a los ladrones de cuello blanco no es la institución de la que se gradúan, es mucho más la casa de la que salían cada mañana para asistir a esa institución.
Las instituciones educativas son un reflejo de la sociedad en la que se enmarcan. Una institución difícilmente puede instruir para el cambio en el modelo social, especialmente si su base económica depende de que los estudiantes sean exitosos dentro de ese modelo. Así, las instituciones educativas, especialmente las de educación superior, instruyen para el éxito dentro del modelo social vigente, con algunos no muy abundantes toques de discusión y análisis, los suficientes para que los futuros egresados generen una opinión propia pero poco más que eso.
En ese sentido, si el modelo social se fundamenta en el éxito individual y la posesión material, o como lo dice Orozco, “en la renta obtenida”, muy alineado con la cultura narco que discutí en una entrada anterior, las instituciones educativas poco pueden hacer más allá de evitar las apologías del delito y hablar de leyes en cátedras obligatorias que los estudiantes ven como un relleno que les estorba en sus horarios de clase y no como la oportunidad de aprender de cómo funciona, al menos en el papel, su país.
Dicho en palabras claras, las universidades no pueden suplir el formación que el colegio no da porque son juzgadas por el éxito de la instrucción que imparten y no de la formación asociada, en la misma forma en que los colegios no pueden ser juzgados por la formación que imparten porque nuevamente su rasero está en la instrucción y no en la formación a pesar de que se esperen los dos. Estoy totalmente de acuerdo con la necesidad de implementar un sistema instruccional que también sea educativo, así debería ser entendido aún en las áreas consideradas más lejanas de la moralidad como las ciencias exactas. Pero también creo que, como Margarita Orozco lo deja entrever en su columna de opinión aunque lastimosamente no lo profundiza cabalmente, la responsabilidad está tanto o más en las familias que en las instituciones. Y, desafortunadamente, también en los votantes desinformados que siguen favoreciendo a políticos relacionados con otros políticos de hoja de vida turbia.
Si queremos un sistema en el que la educación sea educación y no instrucción, en el que los delincuentes de cuello blanco sean la minoría y no la generalidad, es posible. Pero reitero que los delincuentes de cuello blanco están en posición de acceder a cantidades de dinero enormes, pero la oportunidad de robar es la misma. Si usted vende su voto no espere que quien se lo compra no busque cómo recuperar ese capital; si usted vota sin informarse, solamente porque un candidato es más conocido o la cara bonita, no espere haber encontrado además al candidato más limpio o al más adecuado; si usted se mete sin pagar en Transmilenio (Mío o cualquier otro sistema de transporte) no espere que por aprovechar esa oportunidad de robar usted sea el único vivo; si usted se sube a la buseta de transporte tradicional por la puerta de atrás sin pasar por la registradora, permitiendo al conductor quedarse con los mil del atrás por mil no espere que sus elegidos no aprovechen las oportunidades que tengan para beneficiarse de las contrataciones que no exigen licitación; si usted celebra frente a sus familiares que logró evadir un poco de impuestos no espere que los que se encargan de manejar esos impuestos no evadan un poco de control fiscal en su favor. La educación, en el verdadero sentido de la palabra, es una construcción social en la que el ejemplo de los seres cercanos marca mucho más que lo que un profesor pueda hacer en una hora de clase.
Que las instituciones de instrucción se vuelvan instituciones de educación es fundamental, pero más lo es que la sociedad les brinde a sus instituciones la oportunidad de ofrecer una educación que se ajuste simultáneamente a los ideales de lo que entendemos como educación y a las implicaciones de ser exitoso dentro de la sociedad. Siendo, como ciudadanos, exitosos por ser honestos, es la única forma en la que realmente lograremos que esas dos palabras, instrucción y educación, se parezcan como el nombre que le damos a nuestro sistema “educativo” lo hace creer.
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